Sunday, September 2, 2012


                                           

                                                     Rubén Monasterios

                                    APOLOGÍA DE LA FLATULENCIA

 

Los latinos llamaron peditum (apéndice, rabito), y en un lenguaje más elegante crepitus ventris (crepitación o ruido del vientre), lo que en castellano moderno significa “ventosidad que se expele por el ano” (Sopena), y se designa con una variedad de nombres, entre otros: pedo (definición dada, en la primera acepción del término), flato (“acumulación molesta de gases en el tubo digestivo”, 1ª. acepción), meteorismo (“abultamiento del vientre por gases acumulados en el tubo digestivo”), cuesco (en su 2ª. acepción, “pedo ruidoso”),  neuma (del griego neuma, espíritu, soplo, aliento; cultismo por analogía);  y los vulgarismos más o menos locales, que son metáforas funcionales o formales: viento, vapor, pluma. Ventosear, ventear, peer o pear –palabra del habla común no aceptada por la Academia– y peir, en castellano antiguo, son verbos que designan la acción de expeler los gases intestinales. Flatoso, flatuoso, ventosero, pedorrero, pedorreta, pedorro, designan al sujeto de la acción; se dicen en particular de aquel que los emiten frecuentemente y sin aprensión. Pedorreta es el sonido que se hace con la boca, imitando al pedo, usualmente con propósito desaprobatorio. La forma peo no figura en los diccionarios de la lengua ni siquiera como venezolanismo, aunque Corominas y Pascual la reseñan como vulgarismo antiguo; tampoco la considera  Rosenblat en Buenas y malas palabras (Estudios sobre el habla de Venezuela); omisión notable por ser término de uso corriente y el más generalizado para nombrar al pedo en nuestra parla coloquial desde tiempos pasados. El Maestro se refiere a él apenas tangencialmente, en el artículo Tratado general de la rasca (Ob. Cit., II. Ed.  Monte Ávila, 1989. P. 13) y sólo en su acepción de borrachera: “Está peado” o “Está peísimo”, destacando que son “expresiones muy groseras”. Usado en femenino significa lo mismo, como en “tener una pea” y “dormir la pea”; así se dice en una canción popular jocosa del Oriente venezolano: “¡Ah!, cuerpo cobarde, / cómo se menea. / Yo cargo una pea / que Dios me la guarde”. Figura en Diccionario del habla actual de Venezuela (Rocío Núñez y F.J. Pérez. UCAB, l994): “Peo m 1 coloq Discusión o pelea. / 2 coloq Reprensión. // armar un... coloq Regañar o reprender a una persona con dureza”; y en el mismo sentido en que lo reporta Rosenblat. Se apreciará que entre venezolanos, peo es un término polisémico, que lo mismo quiere decir lo dicho, como riña, escándalo, problema y otras asociaciones análogas; de hecho, es una palabra “comodín” usada en expresiones  como “yo no quiero peos” (no quiero problemas) y “estoy metido en un peo”; “le formó –o armó– un soberbio peo”  (le hizo un escándalo, le dijo unas cuantas verdades, etc.), “deja el peo” (deja de fastidiar, de enredar las cosas, etc.), entre otras;  de aquí que, en nuestro ambiente, al calificar a alguien de “peorro”, de usar el término en la acepción admitida por la Academia de la Lengua para pedorrero, queremos dar a entender que es un  individuo capaz de originar una “muchedumbre de ventosidades expelidas del vientre” (Ob. cit.), o “que frecuentemente y sin reparo expele ventosidades del vientre” (Casares); o que es un formador de peos, esto es, que se trata de un sujeto en alguna medida conflictivo; aunque lo más probable es que a primera oída lo entendamos en este último sentido vernáculo. 

          Reseñamos las denotaciones populares del término “peo” en sus acepciones de conflicto y borrachera como simples puntos de referencia y a propósito de señalar que no nos interesan en absoluto; en efecto, esta Apología está exclusivamente consagrada al pedo o peo en cuanto fenómeno biofisiológico. Admítase esta obra como un modesto aunque sincero reconocimiento rendido al mismo, así como a los timpanosos, ventoseros, neumatosos, meteoristas, petogénos, petófilos, rinofleristas del flato, eproctofílicos, proctólogos, petómanos y petólogos del mundo.

                                                      

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La repulsión por las ventosidades es un condicionamiento cultural, un asunto que sólo tiene como base el capricho y el humor de los hombres, y es una actitud moderna. La sabiduría de los antiguos los llevó a celebrar el pedo (del latín peditum) y hasta a asignarle un dios;  entre los romanos   Crépitus  –de donde proviene su nombre científico, crepitus ventris– fue el dios de las ventosidades; pero la adoración de los pedos viene de tiempos más remotos, de los egipcios; el nombre de su dios era Krep-ra; ambos pueblos, egipcios y romanos, le rendían culto expeliendo eructos y ventosidades en las fiestas; muchos otros pueblos antiguos igualmente lo reverenciaron. Para los griegos de los tiempos clásicos el pedo, lejos de ser indecente, encerraba la más perfecta y majestuosa manifestación de respeto de la persona hacia un superior, fuese rey o sacerdote; y entre ellos gozaban de alta estima los augures que practicaban la petomancia, o adivinación del futuro por los flatos. El semidios Hércules  realizó varios de sus famosos trabajos gracias a sus formidables peos; por ejemplo,  logró mediante un flato titánico la limpieza de los establos del rey Augías, en los que no habían recogido el estiércol por años y cuyo apestoso hedor infectaba todo el Peloponeso.  Cuenta Homero que cuando el viento no lo favorecía, Ulises largaba flatos contra las velas de su navío, cuescos épicos que las hinchaban y lo hacían avanzar cientos de millas.  Los moabitas  rendían culto a  Baal-peor emitiendo flatos colectivos luego de colocarse en la posición del orante mahometano con el fundillo orientado hacia la imagen del dios. Y el Antiguo Testamento (Jueces) narra las hazañas de Sansón, que barría ejércitos de filisteos con sus ventosidades; también se le atribuye la invención del  lanza-llamas, un arma usada por los judíos que les dio superioridad sobre  sus enemigos. Era Sansón un hombre voraz y gracias a su desmesurado apetito lograba el efecto al que se refiere el hecho; se hartaba de nabos, alcachofas, coliflor, brócoli, repollo, colecitas de brucelas, pimentón, ajos, cebolla, pepino, puerros, frijoles, lentejas y coles la noche previa a una batalla; en el momento decisivo del  curso de la misma, se ponía en popa, desnudo, ante una hoguera y se tiraba peos monumentales, los verídicos ciclo-peos. Al pasar la ventosidad por el fuego se incendiaba,  formando una masa ígnea devastadora. De haber vivido Sansón doce siglos más tarde, en los tiempos de la expansión imperialista romana, estos no habrían podido dominar a los hebreos.

Parecerán estas cosas exageraciones  propias de las mitologías, sin embargo, no perdamos de vista que en todo mito, leyenda o conseja hay un fondo residual de verdad; la ciencia  moderna ha comprobado que el gas intestinal humano contiene skatol,   oxígeno, nitrógeno, dióxido de carbono, ácido butírico, sulfuro de hidrógeno (responsable del olor a huevos podridos), disulfuro de calcio, metano e hidrógeno, los dos últimos, fluidos inflamables; cualquiera puede comprobar el efecto soltando una potente ventosidad ante un vela o mechero; y existe evidencia testimonial del uso bélico del poder del flato: el almirante Nelson, un héroe moderno nada mitológico sino rigurosamente histórico, disparaba peos que hundían barcos; claro, barcos pequeños. Los anales petológicos registran el caso de un sujeto conocido como el Crepitante, dotado de la capacidad de hacer sentir sus peos en todo un estadio, dejando el ambiente impregnado con  su olor durante semanas; un teatro fue clausurado debido a que el hedor de una de sus ventosidades no se disipaba; una década después, todavía se percibía en su entorno; también se le atribuye el haber ganado una apuesta al  llenar con sus vientos intestinales la cisterna de uno de esos camiones usados para transportar gases.

A propósito de valorar en sus justos términos esas proezas; considérese que los seres humanos normales producimos, en promedio,  unos seiscientos mililitros de gas intestinal al día, apenas lo suficiente para inflar un balón de fútbol; y que los pedos son de aroma efímero: no duran más de dos minutos; algunos muy especiales, hasta cinco minutos;  su radio de influencia es  breve: dejan de sentirse a partir de los quince metros a la redonda;

El emperador Claudio promulgó en el año 41 el edicto  Flatum crepitumque ventris in convivio mettendis; establecía en ese documento cómo debían expelerse las ventosidades durante las comidas. Tomó esa sensata disposición al saber que algunas personas de su corte, movidas por el respeto, preferían morir antes de ventearse en su presencia, y reconociendo que dicha retención atormenta hasta el momento de expirar a causa de horribles cólicos.

En la Edad Media, de acuerdo al derecho feudal, el señor podía exigir a sus siervos el tributo de pedo y medio por año; y en Inglaterra un vasallo debía ejecutar ante el rey, todos los días de Navidad, un salto, un eructo y un pedo. Los nobles de la corte  de Luis XV  se peaban en público  y cada vez que el monarca largaba un pedo los cortesanos  presentes lo celebraban con risas, aplausos, gritos de júbilo y la tradicional exclamación: “¡Vivat le Roi!, ¡Vivat le Roi!”; recibir un pedo del  rey era mejor que una bendición; los excrementos del monarca se vendían a precio de oro, porque se creía que tenían propiedades curativas...

Fue con el inicio de la Edad  Moderna cuando alcanza su clímax  la reprobación social del pedo. Con el triunfo de la Revolución Francesa, esas sanas y elegantes costumbres empezaron a verse despreciables, por ser propias del Antiguo Régimen; los curas revolucionarios, que no faltaron, anatemizaron  la flatulencia diciendo de ella que era la voz y el olor del Diablo;  la nueva sociedad   condenó los cuescos y  llevó a cabo la más ensañada represión de los pedorreros y petófilos, señalados como enemigos de la Revolución. Los adulantes más corrompidos del entorno del nefasto y vesánico Robespierre, elaboraron listas de ellos; circulaban por todos los despachos públicos, a propósito de impedir a los infelices ventoseros toda gestión social y de facilitar su persecución por el canallaje revolucionario.  La represión llegó al extremo durante el Terror; entonces la simple sospecha de haber exhalado un flato en público era suficiente para llevar a un hombre a la guillotina.

La tendencia antiflatuléntica radicalizada con la Revolución Francesa, y todavía hoy propugnada por educadores y movimientos ecologistas, en realidad empieza a cobrar forma  en Europa a mediados del s. XV, muy probablemente debido a la influencia de la obra del  humanista Erasmo de Rotterdam, el ensayista de temas cívicos más popular en la Europa de esa época. Fue Erasmo uno  de los  acérrimos enemigos de las ventosidades; las condenó en  su tratado De civilitate morum puerilium (1528), dedicado al entrenamiento social de los párvulos; ahí acuña la frase “una tos para tapar un pedo”, convertida en aforismo universal que hace mofa de los ridículos esfuerzos de la gente por disimular lo inocultable. “No es socialmente admisible valerse de triquiñuelas, como toser, mover la silla, mirar desaprobatoriamente al perro, como culpabilizándolo,  o hacerse el loco para disimular un cuesco; es imposible, porque si no suena, hiede, y con harta frecuencia hace las dos cosas”… –afirma Erasmo, y a continuación  incurre en la siguiente irresponsabilidad– “en aras de la civilidad, lo que debe hacer el niño bien educado es retener los gases comprimiendo el vientre para no ofender a las personas  presentes”. Erasmo sentó la pauta continuada por todos los demás autores de manuales de urbanidad y buenas costumbres del mundo; entre ellos, el venezolano Manuel Antonio Carreño, autor del más conocido de esos textos didácticos, de enorme influencia en la educación de los niños de América en el siglo diecinueve. Sin lugar a dudas, Carreño es uno de los principales culpables de la repugnancia  por los flatos.

          Tanto como detractores, también siempre ha habido campeones del pedo.  El genial Honorato de Balzac declaró una vez que él era tan famoso, que podía permitirse cualquier cosa en sociedad, incluso tirarse un peo, y la gente lo toleraría y hasta lo festejaría.   Camilo José Cela llegó más allá y llevó a la práctica lo dicho por Balzac como una simple suposición; Cela se peaba en cualquier parte con el mayor desparpajo, alegando que reprimir las ventosidades intestinales ocasiona daño cerebral. Una de las  mejores anécdotas suyas gira en torno a un cuesco...  Estando sentado en un banquete al lado de una dama que le caía muy mal, el Premio Nobel se tira un sonoro pedo; a continuación le dice a la señora, a media voz, pero lo suficientemente alto como para ser escuchado por los comensales del entorno: “No se preocupe, señora, diremos que he sido yo”.

    Lo del daño cerebral alegado por Cela, es verídico: lo saben los doctores desde tiempos remotos. Hipócrates, el padre de la medicina, advirtió contra la nociva práctica de retener los peos; el sabio Quintiliano lo expuso claramente en uno de sus tratados: “Un pedo que, para salir, ha realizado esfuerzo vano trasladando su ímpetu a las entrañas desgarradas, a menudo causa la muerte”. Tirarse pedos es un recurso salutífero del organismo para prevenir  numerosas enfermedades: dolor hipocondríaco, furor uterino, cólico, pasión idílica y ¡pare usted de contar! Cuando reprimimos los flatos, o algo entorpece su salida, deben dar vuelta y atacan directamente al cerebro, y como efecto de la enorme cantidad de vapores que transportan, corrompen la imaginación y vuelven a la persona melancólica y frenética.

         Afortunadamente, en la modernidad nadie está obligado a soportar esos agobios; de fallar la farmacología antiflatuléntica, la ciencia pone a disposición de quien quiera usarla una prenda íntima confeccionada en 1935 por Coco Chanel,  a partir del diseño del proctólogo austrohúngaro Biela Weimar; su propósito es ayudar a las personas afectadas por incontenentia crepita pestiferum, o sea, por la incapacidad de retener sus gases intestinales pestíferos. Es una especie de  calzoncillo cuya parte trasera, hecha de un material especial, opaca el sonido de los cuescos; va provisto de un filtro en ese mismo lugar para evitar la difusión de su aroma. Desde luego, sólo controla las flatulencias normales; nada puede hacer tratándose de pedos wagnerianos.

Celebridades como  Balzac y Cela se valieron del pedo con el propósito de épater le bourgeois,  que es  una manera elegante de decir: joder al apacible vecino; en tal propósito también ejemplifican el uso del  viento orgánico como recurso para alterar el orden; en efecto, es un medio de protesta; simular vocalmente un pedo es una manera tajante de expresar  repudio por un personaje público; dejar  escapar un  sonoro viento  detiene la verbosidad y libera la asamblea del agobio de un orador de esos que  prolongan indefinidamente su discurso soporífico. ¡Nadie  se atreve a continuar una perorata después de ser interrumpido por un  buen pedo! Como suele ser celebrado con risas, el personaje más solemne y pomposo pierde su gravedad ante el hilarante acontecimiento; su sonido armonioso e imprevisto disipa el aletargamiento de los espíritus y el olor puede dispersar la más compacta reunión.

En la protesta específicamente política, el papel del vapor intestinal es invalorable; de hecho, es un vero  símbolo de la libertad. Tal cualidad del flato fue reconocida por los estoicos, los más refinados entre los filósofos griegos; convencieron a sus adversarios que la democracia sólo se consolidaba de suspenderse la  represión no sólo de los pedos, sino también de los eructos.

En sentido opuesto, el pedo y su pariente cercano, el eructo, también son significantes de satisfacción; entre los chinos pearse y eructar  son las formas más correctas de expresar a los anfitriones  profunda gratificación y agradecimiento por una comida opípara, y son gestos  que todo el mundo celebra con alegría.

No es necesario remontarnos a tan remotas latitudes para encontrar normas sociales semejantes; en Venezuela son propias de los marabinos o maracuchos, y de los zulianos en general, tanto que exaltan la costumbre en una de sus formas de canción folclórica, la gaita; citamos algunas estrofas de una de las más significativas, titulada ¡Mirá, mirá, maracucho!:

                                                   (Estribillo)

                                                Mirá, mirá, maracucho,

este viento de Perucho!

¡Mirá, compadre Perucho,

los peos del maracucho!

 


¡Mirá, mirá, que son muchos


los amigos maracuchos

que aplauden al que se pea!

y aunque usted no me lo crea,

que no ven como exabrupto

la producción de un  eructo.

 

Doce peos y tres eructos

brotados por los conductos,

pa’ el zuliano son certeza

de energía y fortaleza;

así muestran su contento

por el abastecimiento.

¡Y al complacido anfitrión

llenan de satisfacción!

 

 

         Viene a ser evidente la estrecha relación entre el pedo y el eructo; son, como dijimos, parientes cercanos, aunque con relevantes diferencias; la más obvia  radica en los orificios por donde se produce  la  emisión; una ingeniosa cuarteta del acervo folclórico los alude en los siguientes términos: 

   El eructo, siendo más galano,

es un viento que  sale por la  boca

en tanto el pedo, que no es  tan ufano,

es un aire aventado por el ano.

 

         Y en esos ingenuos versos también se  hace sentir un prejuicio generalizado: atribuyen al eructo la cualidad de “más galano”, vale decir,  más distinguido, más elegante… en resumen, le confieren un  estatus por alguna razón superior al del pedo. Es un hecho que la gente común soporta al primero mejor que al segundo, quizá  debido al sitio por donde salen, por cuanto, exceptuadas las mujeres islámicas fundamentalistas, la boca se exhibe inevitablemente; siendo  bella, es un componente notable de la estética facial, y en tal sentido es un reclamo sexual a primera vista, en tanto el ano, por la propia configuración anatómica de los primates, aunque es un precioso agujerito “húmedo y contráctil”, como lo acota Neruda, está escondido, y de él se desprende un olor desagradable para los  melindrosos;  sin embargo, a partir de que el eructo salga por la boca, no debemos colegir su superioridad ante el pedo; lo cierto es que desde toda perspectiva el flato es mucho más valioso, tal como se pone de manifiesto en este ensayo; incluso, es más poético; Antonio Machado lo definió en Soledades, en los siguientes término: “El pedo es  una voz interior que no podemos evitar escuchar”; jamás se ha escrito tan sublime frase respecto al eructo.

También viene a lugar tomar en cuenta que con el eructo no tiene sentido la más placentera de las combinaciones fisiológicas: orinar y largar un viento al unísono. “Mear sin tirarse un buen peo, es como ir a la playa y no ver el mar”, es una sentencia popular; al respecto, existe un aforismo de los antiguos fisiólogos que reza:

Mingere cum bomba res

                                               Gratíssima lumbis est.

                                       

                                   (Mear tirándose un peo, gratísima cosa es.)

 

Existen otras diferencias más trascendentes, inherentes al proceso de su generación, consecuente configuración y desarrollo en el organismo. El eructo es un simple gas estomacal; ocasionalmente, es un síntoma de enfermedad gastroesofágica, pero por regla general consiste en la devolución a la atmósfera del aire que uno traga al comer y beber; en consecuencia, no añade nada al ambiente.

El pedo, en cambio, además de aportar a la atmósfera  materia gaseosa nueva y de enriquecer el entorno inmediato con sus olores y sonidos, es gas intestinal, y responde a un conjunto de fenómenos bioquímicos y fisiológicos mucho más complejos; lo produce la combustión del bolo alimenticio cuando ocurre la asimilación de los alimentos; aquellos no digeridos en el estómago e intestino delgado, llegan al  intestino grueso, donde ese material puede originar la flatulencia debido a la fermentación por levaduras simbióticas, por la acción de bacterias y otros microorganismos que viven en el tracto intestinal de los mamíferos, y de las partículas aerosolidificadas de sus excrementos. En  resumen, la hediondez propia de la flatulencia se debe, en lo esencial, a la putrefacción de alimentos que no son  digeridos, y por esa razón, no son del todo absorbidos e incorporados a nuestro organismo. ¡Cómo comparar tan extraordinario fenómeno con la simpleza que es el eructo!

Tampoco son parangonables en sus respectivas dinámicas; véase la siguiente descripción de la propia del flato debida a Skorpios, un fisiólogo griego del s. IV a.C.; como  solían hacerlo los filósofos y demás científicos de la Antigüedad, Skorpios expone el saber en verso, y lo dice con tan apasionado aliento que recuerda el Sturm und Drang del romanticismo alemán; no obstante,  la ciencia moderna considera su descripción del todo válida:

El pedo es…

                                          Un vórtice de aire comprimido

                                         que buscando la adecuada  forma

de escapar de donde yace retenido,

en pestífera bomba se transforma:

hincha y recorre el tubo enfurecido,

hasta que al fin, origina el beneficio

de salir, silencioso o con ruido,

cuando encuentra al cabo el orificio

que al terminar el tubo tiene todo ente,

sea tal individuo animal, o gente.

 

El falto también es un excelente aliado del humor; el peo en sí, ya es cómico, y los chistes que lo aluden se cuentan entre los más agudos; a manera de ilustración, recordemos un par de ellos, de los clásicos:

Alguien pregunta: “¿Sabe usted por qué huelen los peos?” El interrogado responde: “Bueno, por los gases pestilentes que contienen”… “¡No!” –replica el primero–. “Es para que  los sordos también puedan gozar de ellos”…

 

A la señora encopetada  se le escapa un viento en plena reunión social, al momento en que su mayordomo sirve el té. Dice ella entonces: “James, ¡detenga eso!”, pretendiendo atribuir el desaguisado al mayordomo, y este, impávido, le responde: “Si, mi señora, de inmediato... ¿Podría indicarme hacia dónde lo ha lanzado?”

 

El pedo ocupa espacio importante en las religiones modernas; en el contexto del cristianismo, se practicó por siglos el  ritual conocido como risus paschalis; consiste en que durante la misa de Pascua el sacerdote decía y hacía toda clase de indecencias durante el sermón; cualquier extravagancia resultaba válida: remedar personajes notables o animales, contar chistes obscenos, aparentar el acto sexual con un cómplice disfrazado de obispo, simular la masturbación, levantarse los hábitos y mostrar los genitales y el trasero, y tirarse pedos; la explicación más aceptada por los teólogos de esta insólita práctica es que con ella se pretendía alegrar a la feligresía  luego del período de tristeza de la cuaresma. Los protestantes le rinden reverencia al flato, considerándolo un don divino, a partir de que, según sus tradiciones, Martín Lutero, viéndose acosado por el Diablo, lo ahuyentó  con  un pestífero pedo.

La ausencia del flato en las artes plásticas la explica la naturaleza etérea e intangible del fenómeno, sin embargo, una hipótesis propuesta por el criptopornólogo[1] e historiador del arte Lucian Rizzo,  sugiere su presencia, en forma larvada, en algunas obras maestras, entre ellas la más notable  El nacimiento de Venus (1482-1484), de Sandro Botticelli; en este cuadro figuran cuatro personajes, el central es Venus; a la izquierda de ella, una de las ninfas Horas; a su derecha, suspendidos en el aire, el dios Céfiro, y una de sus esposas, Cloris; representa a Céfiro en la acción de soplar con fuerza hacia la espalda de Venus… ¿Por qué precisamente Céfiro, dios del  viento del oeste?, ¿y porque sopla hacia la espalda de la recién nacida diosa?, se pregunta el investigador; según otros exégetas del cuadro, lo hace para impulsar hacia la costa la concha que transporta a Venus por el mar en el que ha nacido. Rizzo hurga más a fondo en el contenido del cuadro; su  hipótesis supone en la presencia de Céfiro  una clave secreta, una metáfora del flato, y  que el propósito de su acción es  dispersar un pedo exhalado por la diosa, y a la vez dar a entender que sus ventosidades son apacibles, serenas, purificadoras, tanto como lo es el viento del oeste, personificado por él,  portador de la primavera. Soporta la hipótesis de Rizzo el hecho de que no se trata de cualquiera de los cuatro dioses de los puntos cardinales, sino de  Céfiro, dios del viento del oeste; y el oeste es “el lado opuesto” al del nacimiento del Sol, en otras palabras, es “la parte de atrás”; Céfiro es un viento del trasero. En el mismo sentido, no deja de ser significativo que en La Primavera (1482) también aparezcan Venus y Céfiro; alguna secreta significación debe tener esa insistencia de Botticelli de asociar a esos personajes.

Los pedos de la zarina Catalina la Grande inspiraron  a Tchaikovski su  magistral Obertura l8l2; los cañonazos con los que culmina la pieza son un homenaje rendido a ellos. O’ Donnegan, biógrafo de Beethoven, insinúa que los primeros compases de su 5ª Sinfonía fueron inspirados por los pedos que se echó después de un hartazgo de morcilla y rodilla de cochino ahumada trasegadas con cerveza.

Pero es en las artes de la performance  en la que el flato ha dejado la huella más indeleble; su presencia en la escena alcanza el esplendor en los cabarets y café-conciertos de la Bella Época, con los artistas genéricamente llamados petómanos. Hoy en día son una curiosidad histórica, pero lucieron su arte en los espectáculos de variedades europeos de finales del siglo diecinueve; no pasaron de esa época, ¡lástima! En la modernidad solamente existe uno, el Señor Metano, conocido como “Dios del Gas”, es un showman inglés, heredero del célebre farter británico Tom  Hardy. El Museo de Ciencias de Londres recurre a él para demostrar a los niños el viaje de la comida a través del sistema digestivo. El artista declara que cuando actúa en un lugar cerrado, el olor obliga a los espectadores a taparse la nariz.

La Historia recuerda algunos de los más famosos peadores, entre ellos el francés Joseph Pujol, apropiadamente llamado Le Pétomane, introductor de este arte en los escenarios nocturnos y durante muchos años principal atracción del café-concierto El Elefante, adyacente al inmortal Moulin Rouge, y la graciosa “Dama Petómana”  Deomenne Clusson. Estos artistas  eran músicos que tocaban instrumentos de viento,  pero en vez de soplarlos con la boca, lo hacían con el culo; a tal efecto se introducían por detrás un tubo de goma que conectaba su ano con la boquilla del instrumento; mediante enérgicas  presiones ventrointestinales impulsaban la columna de aire que salía por el esfínter adecuadamente relajado,  pasaba por el tubo y llegaba al instrumento.

En stricto sensu, el  petómano no “hace de su culo un  instrumento”, como se ha dicho impropiamente, comparándolo con el cantante, que al entrenar su aparato vocal se vuelve  instrumento humano viviente; lo suyo es el uso de una técnica de interpretación diferente a la convencional de un instrumento de viento, que el artista tañe digitalmente como cualquier otro ejecutante.

Un caso diferente es el del musicien des posterieur medieval, también llamado traserista, una variante del mester de juglaría, cuyos oficiantes desarrollaron la asombrosa habilidad de interpretar  melodías sencillas valiéndose exclusivamente de su aparato gastrointestinal, en particular, del entrenamiento  de su ano; San Agustín, en La ciudad de Dios, reporta en términos laudatorios a esos entretenedores que “han tomado tal comando de sus intestinos, que pueden tirarse continuamente pedos a su voluntad, de manera que producen el efecto de una canción”.  Estos artistas sí hicieron “de su culo un instrumento” y se transformaron en instrumentos humanos semejantes a los cantantes, con la única diferencia de que mientras estos emiten el sonido por el orificio inicial del tubo digestivo, aquellos lo hacen por el terminal.

 En raros espectáculos de variedades todavía se exhiben herederos de este difícil arte; en la década de los setenta, fue famosa en el mundillo del freakshow europeo María Laforte; por su virtuosismo al melodizar en forma de flatulencias piezas musicales complicadas, recibió los renombres de “La mujer de la alondra en el trasero” y “La María Callas del pompi”.

El dispositivo  utilizado por los petómanos es similar a uno desarrollado por el doctor venezolano Otrova Gómas, a partir del antes mencionado debido al  doctor Weimar; Gómas lo describe en su obra El jardín de los inventos (1983). Se trata del flatoconductor ano-nasal, un calzoncillo ajustado, con un tubo de goma que se desprende de esa pieza por el lado del fondillo y termina en una mascareta que el usuario se aplica en la nariz; originalmente fue un recurso científico, en el marco de un experimento destinado a medir la resistencia  humana a sus propios gases intestinales; el artilugio traspasó los límites académicos y vino a ser conocido por la gente común; se vende en tiendas especializadas y los ociosos lo usan para disfrutar de sus ventosidades; lo cual es una práctica ampliamente generalizada, que las personas llevan a cabo cubriéndose con una sábana; un procedimiento muy poco eficiente, sea dicho al desgaire, por cuanto no impide la difusión del neuma; en cambio, el artefacto citado lo concentra y posibilita gozar del viento intestinal íntegro, hasta la última molécula del efluvio; de aquí su popularidad entre los rinopetófilos.

Los petómanos por lo general tañían flautas,  el oboe y otros de sonido delicado… Pero se dice que Joseph Pujol era capaz de tocar también el trombón, la trompeta y hasta la tuba wagneriana. Podría suponerse que sólo los provistos de intestinos potentes tendrían la capacidad de hacer sonar una de esas tubas, no obstante, se trata menos de fuerza y más de habilidad y de cierto truco; el secreto bien guardado de esos artistas consistía en que se aplicaban un sustancioso enema de tabaco  poco antes de salir a escena. Porque la lavativa de una infusión de tabaco en rama bien concentrada origina una acumulación formidable de gases en los intestinos;  sin ser músicos, muchos recurren a los enemas de tabaco por el sólo placer de ponérselos y de expulsar a continuación nutridas ventosidades. El filósofo Voltaire se cuenta entre los notables en la Historia aficionadas a dichas lavativas; Napoleón Bonaparte fue otro; fueron clistófilos.

Los efectos salutíferos, petógenos y excitantes del enema de tabaco se conocen desde tiempos remotos; todavía hoy lo usan con propósito terapéutico los médicos naturistas, y como recreación los eproctofílicos. Los galenos de antaño observaron que dichas lavativas,  además de aliviar males como dispepsia, gastritis, estreñimiento y otras enfermedades, originaban en la persona estados de euforia; inicialmente lo atribuyeron a las cosquillas y otras inquietantes sensaciones en la fosa rectal debidas a la introducción de la cánula y del líquido, sin embargo, hoy sabemos que tanta alegría, si bien responde en parte a esos efectos placenteros de naturaleza mecánica, en lo primordial se debe a razones bioquímicas: a la acción de agentes químicos del tabaco sobre nuestro sistema nervioso.

          Los efectos reseñados nos llevan a forjar un sueño: que en las reuniones sociales, de negocios, políticas  o de cualquier otra índole, en vez de consumir el tabaco fumándolo, la gente se administrara recíprocamente lavativas de tabaco y después descargara ristras de flatos de todos los tonos sonoros y olores. Así reinaría el buen humor y la cordialidad... ¡Todos nos amaríamos los unos a los otros!   Quizá no pase de ser una utopía; de realizarse, con toda seguridad la humanidad sería diferente.

La petomúsica ha perdido vigencia como espectáculo, pero se practica en ambientes privados, muy discretos en sus actividades; refinados círculos de uranistas de todo el mundo, incluso de Caracas, organizan recitales petofónicos reservados para entendidos e iniciados.

Son escasos los compositores eminentes atraídos por esta técnica de interpretación; el único realmente notable es Stravinski; su interés por el género nace de su enamoramiento de la en sus días famosa petómana Deomenne Clusson, a partir de quedar asombrado tanto por su virtuosismo, como por su seductor trasero en forma de manzana, al presenciar su performance en un café-concierto de París; para ella compuso la obra conocida por la posteridad como Canon para dos tubas (1918), originalmente titulada Canon para dos petómanos, un dueto escrito para tubas interpretadas mediante la técnica petomusical, con la intención de hacer él la segunda voz; ocurrió que su entrañable amigo, el  pianista Paderewski –de gran influencia sobre el autor de El pájaro de fuego, quien le debía agradecimiento por haberlo curado de un ataque de impotencia–, le reprochó agriamente el “desvariado propósito” de presentarse como petómano: “¡Deje esas cosas para Diaghilev, que es marico!”, le dijo, y también lo obligó a cambiarle el título (I.J. Paderewski, Memorias, 1940).  Otro autor de menor resonancia es el alemán nazi A. von Kitshen, autor de la  cantata Über alles lieben Hitler para coro de hijos de puta y orquesta de petómanos; una obra del todo olvidada; por lo general, se han hecho para esa modalidad de interpretación transcripciones de piezas compuestas para otros instrumentos solistas.

Se cree que la última exhibición de un número petómano  en la historia de las variedades fue en 1961, en un cabaret en Berlín, a cargo de la artista tailandesa Yingluck Abhisit-tai, que además de pear como los ángeles, bailaba. Tañía  una flauta dulce e interpretaba pasajes de las piezas ligeras  de Beethoven: Para Elisa, las bagatelas, las danzas, algo de una sonata…

No está ausente el pedo en la inspiración popular, en la canción romántica por excelencia de la región del Caribe, el bolero; véase este ejemplo:

                                                      Quejido de amor

                                       

                                     Y es que al estar un culo enamorado

por la pasión intensa, quebrantado,

deja escapar un quejido silente

que tan sólo por el olor se siente.

 

Si no responde a su súplica el amado

el pobre culo quedará desgarrado

como efecto de un  pedo imponente

que exhalará cual aullido inclemente

para llamar la atención del desalmado

que a ese culo infeliz ha despreciado.

        

No cabe duda si ocurre algún bullicio

porque de pedo, eso es claro indicio.

Pero, cuando se trata de sutil silbido:

¿es un peo, o gemido de corazón herido?

 

         Sorprenderá al lector saber que su autor es el legendario Agustín Lara; pretendía con ese bolero hacer una humorada escatológica; al interpretarlo por primera vez en el cabaret Baccarat de Ciudad de México, en 1928, para su infortunio, ante un público de ruda sensibilidad, y la gente  se escandalizó;  un sujeto lo asumió como una ofensa personal y lo agredió, causándole una herida en la cara; Lara no lo cantó más nunca y la experiencia marcó su rumbo artístico: a partir de ella decidió distanciarse del elevado vuelo poético revelado en esa pieza, y dedicarse solamente a componer los boleros cursis que cimentaron su fama.  La música original se ignora; pero el cantautor portorriqueño Ricky Martin le puso  una de su autoría; ha rehusado grabarlo; lo interpreta exclusivamente  en recitales privados.

         No se han  quedado atrás nuestros hermanos  argentinos  en la celebración del flato en el género melódico-cantable emblemático de su nacionalidad, el tango; aunque el siguiente se toma como anónimo, los estudiosos del arte popular de ese país atribuyen la letra  a Carlos Gardel, a partir del dato biográfico, verificado por numerosas testigos, de la inclinación rinoflerista del Zorzal Criollo:                                                  

 El placer supremo

                                       Nútrela con manjares suculentos

de los que tienen efectos flatulentos,

espera el inicio de la combustión

de los manjares, o sea la digestión:

es el momento de llevarla al lecho.

 

Haz que se tienda sobre su pecho

y que te ofrezca lo más señero

de su cuerpo: el soberbio trasero.

Pon un cojín bajo de sus caderas

de modo que levante las esferas.

 

Quizá ella espere, atemorizada,

que por ahí, va a ser penetrada,

o sea, una potente sodomización.

¡Será equivocada esa suposición!,

porque su amante es un rinoflerista:

de ventrales aromas, fetichista,

y sólo pretende tener la sensación

de la más exquisita degustación

al hundir entre los globos, su cara,

aspirando el placer que le depara

el efluvio enervante y divino

que se desprende de su intestino.

 

          A todo lo largo de la Historia los escritores han rendido tributo a la flatulencia; la referencia literaria más temprana se encuentra en una tablilla sumeria (2500 a.C.?) que honra al héroe conquistador de la ciudad de Uruk: “Al gran Lugal, que cuando estalla su viento es como el vapor que se escapa del vino hervido”. Aristófanes (s. V a.C.) –¡cómo podía faltar el mayor de los pornógrafos!– hace varias alusiones jocosas al timpanismo en Los caballeros; antes citamos a San Agustín en su comentario sobre los juglares peadores;  Dante, en  la Divina Comedia, entre los horrores del Infierno describe a un demonio que “había de su culo, hecho trompeta”  y se valía de sus pedos para atormentar a los condenados; en Gargantúa y Pantagruel Rabelais imagina un monstruo  que emite flatulencias pestíferas; Shakespeare  menciona al pedo en varias de sus piezas... en Rey Lear dice “Que venga hacia ti el viento que rompe las entrañas... ¡El viento rabioso!”  El filósofo del Renacimiento francés Montaigne, desarrolla toda una discusión sobre el pedo en La fuerza de la imaginación; un personaje de una novela de la serie La tierra, de Emilio  Zola, gana un concurso de peos; Francisco  de  Quevedo le dedica el poemario Gracias y desgracias del ojo del culo; de esa colección es el siguiente soneto:

 

                                      La voz del ojo, que llamamos pedo

(ruiseñor de los putos), detenida,

da muerte a la salud más presumida,

y el propio Preste Juan le tiene miedo.

 

Mas pronunciada con el labio acedo

y con pujo sonoro despedida,

con pullas y con risas da la vida,

y con puf y con asco, siendo quedo.

 

Cágome en el blasón de los monarcas

que se precian, cercados de tudescos,

de dar vida y dispensar las Parcas;

 

pues en el tribunal de sus gregüescos,

con aflojar y comprimir las arcas,

cualquier culo lo hace con dos cuescos.

 

         Esos versos son anticipatorios: en el s. XVII, Quevedo hace en ellos una reflexión en clave satírica de la relación de “la voz del ojo” con la vida y la muerte; un punto que doscientos y tantos años más tarde recibiría atención del talento de Sigmund Freud; volveremos al  asunto más adelante.

¿Y qué decir del pedo y el amor, de la hermandad entre Crépitus y Cupido, el Eros de los griegos? Su asociación es absolutamente natural; consideremos, en primer término, que en el instante del orgasmo pueden exhalarse pedos, como consecuencia de la tensión-relajación experimentada por el organismo íntegro en la petit mort, metáfora referida a ese acontecimiento trascendental para expresar la enervación espiritual y física debido a la descarga de la fuerza vital; un estado de ánimo ocasionado por la acción de  la oxitocina que baña el cerebro. Esos flatos, tanto en el  hombre como en la mujer,  deben ser motivos de satisfacción y orgullo por el placer que recíprocamente se han deparado, ¡jamás de vergüenza!

En el extenso abanico de las parafilias, en la categoría de los fetichismos, figura la petofilia, literalmente, amor por los pedos, o activación de la sexualidad por el sonido o el aroma de los flatos, o por ambas cosas. Hablando en términos sexológicos, sólo es fetichista  aquel que tiene una fijación sexual en determinada cosa, o que “suplanta al sujeto por el objeto”, como dice en los tratados de la materia; vale decir, la persona que indispensablemente necesita del objeto-fetiche para responder sexualmente; en tal sentido, a un fetichista de los flatos no le interesa la mujer, sino sus pedos, y no obtiene satisfacción sexual con ella, sino con estos. Los fetichistas representan un sector de cualquier población humana; el resto, la generalidad de las personas, acepta estímulos de diversa índole en el marco de sus juegos eróticos, sin depender de ellos; en realidad, todos somos un poco fetichistas, por cuanto es rara la persona desprovista de algún interés especial de naturaleza erótica.

Es un hecho que ciertos estímulos olfativos y auditivos activan la sexualidad; los sensibles a los primeros son los rinofleristas (del francés renifleur) y hay rinofleristas de las secreciones vaginales, de los perfumes, de los excrementos,  de los flatos, del olor de los pies…   de cualquier cosa que exhale olor; los que se excitan como efecto de los sonidos, son los acustofílicos; obsérvese que el pedo satisface  simultáneamente ambos sentidos, de aquí el alto aprecio rendido a él por los eróticamente acicateados por a esas funciones naturales del organismo. Los petoacustofílicos son aquellos interesados   principalmente en su sonido: en la “música del vientre”, como la llamó el  psicoanalista Ferenczi. En general, la animación erótica provocada por cualquier cosa relacionada con el recto, se identifica en el lenguaje científico como eproctofilia.

Petofílicos o petófilos de ambos géneros, han existido por montones a todo lo largo de la Historia, y entre ellos contamos con celebridades; Leonor de Aquitania (c. 1122-1204) fue una de ellas; la reina hacía hartarse de alubias a sus amantes en una cena temprana, y en el encuentro amoroso que venía después llegaba al delirio con sus irrefrenables explosiones ventrales pestíferas. Il n´pas le amour sinse pets, decía Leonor, sentenciosa.  Hemingway no los despreciaba; una noche, después del noveno martini  en La bodeguita del medio de La Habana, se le escuchó decir  “¿Qué puede esperar uno al momento de sacarlo, sino un pedo… ¡Bien recibido sea!” El protagonista Ulises de Joyce, Leopold Bloom, es un típico disimulador de sus flatos a los que hace referencia Erasmo de Rotterdam; el personaje se valía del aullido de las sirenas para ocultar los suyos; y no sólo en sus ficciones fue escatológico el famoso dublinés; en su vida real, fue un consumado rinoflerista del trasero femenino, al menos, del de su esposa, Nora; en una de las numerosas cartas destinadas a ella, de publicación póstuma, Joyce le recuerda  su regocijo salvaje  al “tirarte al suelo sobre tu suave vientre y debajo de mí y cogerte por detrás, como  un puerco cabalgando a una cerda, regocijándome con propio hedor y sudor que se alza de tu culo”…

Se ha llegado a estimar al pedo como la más elevada manifestación de intimidad y confianza entre las personas, y es Quevedo, precisamente, el autor de  este  pensamiento: “Llega a tanto el valor de un pedo que es prueba de amor: pues hasta que dos no han peído en la cama, no tengo por acertado amancebamiento”; entre los  petólogos no hay la menor duda respecto al aserto quevediano; motiva discusión entre ellos, en cambio, la calidad del pedo en el contexto erótico; según los ortodoxos, sólo es “prueba de amor” si es tempestuoso.

Por cierto, atendiendo al tono auditivo de los cuescos, un teórico los clasifica en tres categorías: el “débil”, sea explícito o disimulado; el último es aquel que se suelta lentamente y sin ruido, típico de los ascensores atestados … Otra clase es el staccato, o tipo tambor de repetición, que se ejecuta con placer en la intimidad, y finalmente, el de calidad superior, el  pedo  “explosivo”, científicamente hablando: de esfínter abierto, que es de temperatura más alta y más fétido, el peo del amor.

Viene a lugar una breve digresión referida al sonido de los pedos, cuya causa  fue un misterio de la fisiología humana durante siglos; el tono sonoro depende de la conjunción de varios factores: de la calidad de la materia depositada en el intestino grueso y en la fosa rectal; de la configuración del canal anal y de la capacidad de vibrar de dicha apertura; de la condición de las nalgas: relajadas o fruncidas; de la contracción del músculo del esfínter y de la velocidad en la que discurra el flato por el conducto.

 Petronio de Almibara apunta que de ser débil,  “no es más que el suspiro de un culo enamorado”, algo que manifiesta el sentimiento, sin tener poder para hacer eclosionar la pasión; punto de vista con el que concuerda el ignorado vate autor de los siguientes versos:

 

Sin pretender llegar a la estatura

del maestro Francisco de Quevedo

–noble cantor en soneto del pedo–,

intento yo también igual ventura:

 

La flatulencia complace  al oído

y al olfato, con su noble aroma;

y nos hace reír, cuando es en broma;

pero además, servicio da a Cupido.

 

Estando la pareja en plena acción

refocilándose en acto amoroso,

se expresará con creces la pasión,

 

y el placer más intenso y sabroso

¡si en ese instante un pedo  poderoso

pone de manifiesto su emoción!

 

Al analizar el papel  del pedo en el erotismo, otra vez aflora la dualidad del fenómeno fisiológico que nos ocupa. El flato es paradójico, tiene la rara virtud de significar valores opuestos, según la intención de la persona emisora y su contexto sociocultural; reseñamos antes que tanto puede expresar repugnancia como aceptación, y desgratificación como satisfacción; en el ámbito de lo erótico también es bifronte, como Jano, el dios romano de los comienzos y  los finales; se vincula con el amor, vero principio de la vida, y con su terminación,  la muerte.

Freud advirtió el lazo profundo entre el pedo y la vida (Eros) y su contradicción con la muerte (Tanatos); estableció el padre del Psicoanálisis que el falo representa la generación, ergo, la vida, y que el flato es un símbolo fálico pero en sentido inverso, porque en vez de entrar, sale; de aquí que en la agonía –Freud dixi– una ventosidad sea señal de esperanza: demuestra que todavía queda aliento.

Y en este punto es imprescindible referirnos a aspectos de la obra freudiana prácticamente desconocidos: su quehacer lírico y su vena humorística,  por cuanto, como lo hicieran en sus días los filósofos griegos, escogió la forma poética para consignar el pensamiento expuesto supra, y lo hizo dándole a sus versos un vuelco jocoso, creando lo que prácticamente es un gracioso chascarrillo, mediante dos de los mecanismos de formación del discursos humorístico que estudia en El chiste y su relación con el inconsciente: lo grotesco y el remate insólito de lo narrado.

La  evidencia es un poema de  su autoría, que él calificó de balada eroticotanática a imitación de Heine; se siente en ella la presencia de Francisco de Quevedo como fuente de la inspiración, tanto de la reflexión científica, como de su transfiguración poética; recordemos la admiración rendida por el eminente psiquiatra al llamado en uno de los numerosos libelos destinados a difamarlo “doctor en desvergüenzas, licenciado en bufonerías, bachiller en suciedades, catedrático de vicios y protodiablo entre los hombres”, cualidades estas, precisamente, en las que Freud veía un genial ejemplo de insurgencia volitiva del ello contra las fuerzas represivas del entorno social introyectadas en el superego. Terminemos esta Apología con esa balada.

                                      Flatos de amor y muerte

                                       Sabed vosotros, damas y caballeros,

que tratándose del  deleite de Eros

vale el flato  tanto como el abrazo

y como el beso, pues  consagra el lazo

de intimidad que liga a los queridos

sin miedos ni pudores constreñidos.

 

Sigamos, sin el menor complejo,

este analítico sensato consejo:

 Al estar encamados los amantes

al loco amor entregados, delirantes,

suelten,  ¡cual veloces torpedos!

los pestíferos y atronadores pedos.

 

Pero el pedo, compañero de Eros

en sus ternezas, en  sus encuentros fieros,

en sus deleites, en sus arrebatos:

también, a veces, hace burla a Tanatos.

                                              

Agonizante el enfermo terminal,

–situación asaz dramática y fatal–,

  aportará una pizca de esperanza

si acaso, de su estragada panza

deja escapar un pedo resonante,

 de esos, de hediondez sofocante.

Por cuanto ya, en postrera ocasión

no existe la menor represión.

 

Dirá entonces a medias sonriente

 retardando su agonía el yacente:

“¡Todavía me queda un hálito de vida!

¡No  ha llegado el fin de la partida!

¿Habéis oído,  hijos míos, el peíto

que he dejado salir  por el chiquito?”[2]

 

                                                                      (Traducción del alemán de R.M.)

 

 

                                  

 

 

 

 

 

 



[1] La Criptopornología  tiene como objetivo descubrir contenidos  escatológicos ocultos en obras literarias y de arte en general; es una rama de la Pornología, ciencia fundada por el doctor Otto Kleis-Hobba (1880-1963); su principal centro de actividad mundial es la Escuela de Extraños Estudios Literarios, U. de Torr. L. Rizzo es investigador asociado de esa institución.
[2] Con el término “chiquito”, equivalente a culito en castellano de habla vulgar, el traductor pretende respetar el espíritu del autor, cuyo propósito evidente es darle un viraje humorístico al poema en la última estrofa, y en particular, en el último verso, por cuanto escribe der Pope, asimismo equivalente a culito en alemán coloquial, en lugar de utilizar vocablos cultos para designar esa parte de la anatomía en su idioma: der Arsch o der Hinter.